sábado, 14 de febrero de 2009

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No fumé en tres días. Hoy compré hachis por primera vez, y eso si que podría haber esperado la mano de ganya, uno o dos días. Lo compré a un árabe en el centro, después de que una puta negra supongo africana me webió tanto que me metí a la estación de metro para deshacerme de ella, bajé dos y volví a subir caminando para comprar, junto a esta barrita prensada de mojón seco, un par de cervezas, también a un árabe. Estoy consumiendo esas dos cosas en la azotéa de mi hotel, un piso veinte, no se puede subir aquí, abrí algunas puertas y subí por el ascensor del personal.

Me agradan los extranjeros ilegales, sus diferentes rostros y lo distintos que son de los de los locales y también o europeos. Además, me siento tan solo que intercambiar palabras, no tanto conversaciones, me agrada. He mirado las caras, no tanto mirado porque paso distraído, y visto muchas parecidas a las de gente que conozco o he conocido.

Empezó a chispear el aire y me cambié de lugar. Pienso me debería haber comprado más cerveza. Las mismas, en el minibar de mi habitación con mi abuelo, salen seis y media veces más. Último trago. Hace mucho frío acá fuera, aquí arriba. Echo unos tres o cuatro grados.

El carrete con Martín fue una buena bienvenida. Comimos "dürums", que son unas fajitas con carne o pollo y muchos vegetales, del porte de un pene del porno, uno especialmente grueso. Luego, con otro que se nos unió, fuimos a un bar fome a por tres cervezas. Nos cambiamos de bar y tomamos ajenjo. Después a un clandestino llamado el armario. Mucho humo y la entrada: comprar copete). Dos cervezas. Había que tocar el timbre y entrar por una puerta baja, camuflada por un graffiti en el gran portón de fierro corrugado. Me quedé conversando, no sé por qué, con los tres weones más viejos del puto antro, por separado.

El primero era un catalán vazco de pelo blanco y patillas escapándosele del gorro tipo vicera. Rostro amable y mochila. Con sesenta años, se sorprendió e hizo un gesto soberbio respecto a nuestra diferencia de edad. Hablamos de su familia y de mi descendencia catalana, sin entendernos muy bien, más por su borrachera que por los diferentes acentos. Luego me dió su consejo vital: "A por culo con el resto". Objeté acerca de que si el resto incluía a la familia, cedió un poco. Cuando sonó reggae, hablamos de reggae. Me repitió su consejo.

El siguiente fue, recuerdo su nombre, David. Un italiano que se parecía a Dr. Haus. Se lo dije y se ofendió, pero lo arreglé dando explicaciones sobre la fisionomía y razones por la que la suya me parecía expresiva, en un buen sentido, según mi gusto. David era mucho más demacrado que Dr. Haus, más blanco y viejo. Hicimos muchos "Salud" y nos despedimos con un "nos vemos" un poco comprometido, sabiendo que no era así.

El tercero, que en verdad fué el primero perdón, era un pakistaní moreno, bajo y rechoncho. Estaba fumando un gran pito de tabaco con hachis. Solo, con rostro amable y desorbitado. Le pedí una fumada. Pasó un rato y porque el local se llenaba de gente, abrió la silla a su lado y me invitó a sentarme junto con otra fumada. A duras penas, a causa del idioma, me contó su procedencia y los motivos de su autoexilio, la guerra civil. No hablamos más, pero nos hacíamos gestos amables intermitentemente. Me levanté de vuelta a con Martín.

El otro que andaba con nosotros había tenido un problema con un hijo de puta al que a su novia le había estado mirando las tetas. Era uruguayo, se sentó al lado de ella y dobló una silla para ponerla a su costado, entre su sillón amoroso y la silla del que andaba con nosotros. Este dijo: "me estai tapando la vista". Y luego de unos segundos el uruguayo macabeo le dijo que no se qué chucha el pasporte y que su cara estaba desfigurada, que su madre no lo iba a reconocer cuando volviera, que no jodiera si era extranjero. Pude ver que no era muy hostil y volví la cabeza a conversar con el viejo del consejo.

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